Mírense desde las estrellas
Teníamos para este martes un encuentro poético en el Instituto Xelmírez I, de Santiago de Compostela. Íbamos a comentar el poema de Wislawa Szymborska ‘Monólogo para Casandra’, pero las cosas han cambiado, y este 31 de marzo de 2020 estará vacío el espacio que nos iba a acoger. Las cosas han cambiado y ni siquiera sabemos cuándo vamos a despertar de esto, ni cómo. Nos ha tocado un tiempo áspero –como la voz de Casandra en el poema–, duro, difícil, pero también intensísimo y cargado de una dolorosa riqueza, que se expresará inexorablemente en lo que saquemos de aquí colectivamente; de esta experiencia que hoy ocupa nuestras mentes y que nos mantiene en un confinamiento impensable hace un mes.
Creo que el ‘Monólogo’ tiene aspectos inmensamente reveladores respeto de este extraño presente que habitamos; de este lodazal de cifras, donde los registros marcan el compás de nuestra respiración con un goteo constante, que se va incrementando día por día, hasta el momento en que abramos los ojos y veamos delante de nosotros la dimensión final de lo sucedido. Hasta que empecemos de nuevo a construir, de la manera que sepamos, con los materiales de los que dispongamos, con un ánimo que, alto o bajo, nos va a llevar paso por paso a otro lugar, con una experiencia nueva y reveladora.
Casandra nos exhortaba a mirarnos desde las estrellas. Inútilmente: no había llegado todavía nuestro momento, y ninguna advertencia podía servirnos, porque nos faltaba comprender el código que la expresaba, y también la realidad a la que se refería. Me parece impensable que, antes de sufrir el golpe, hubiésemos tenido la capacidad de descifrar los designios de una dimensión por conseguir. La voz solamente podía anticiparnos que hay algo detrás; que un muro puede parecer insalvable, pero más allá siempre comienza otro paisaje. Otro horizonte; otro universo.
Hoy nos corresponde vivir el dolor, el miedo, y creo que solo en la medida en que reconozcamos estas emociones en nuestro interior tendremos la capacidad de trascenderlas; de convertirlas en una parte decisiva del nuevo ser que vamos a encarnar a la vuelta de los acontecimientos. Resultaría fácil que el monitor soportase en este instante una invitación a anticipar ya la felicidad de vivir en esa revelación impresionante, como cada una de las que surgen de cualquiera cataclismo; pero permanecemos en el presente, en el ahora, donde las aguas pasan turbias, con su carga de miseria, que creo inútil rechazar.
Podemos sentir esto intensamente; tomarlo en las manos y permitir que bañe nuestra piel cada vez que nos acercamos a alguna de las numerosas pantallas que nos rodean. Permitir que circule libremente por nuestra sangre, hasta un momento en que nuestra mirada sepa alzarse un poco. Quizá no aún hasta vernos desde las estrellas, pero sí desde una perspectiva algo más amplia. Es suficiente como para que empecemos a descubrir algunos espacios de tierra firme donde poner nuestro pie y respirar alguna bocanada limpia. Después vendrá el futuro, y tardaremos todavía algo en descubrir su rostro, que significará que vislumbramos ya el de quienes nos rodean y, más tarde, el nuestro individual, insertado en una nueva expresión colectiva. Y aún –como en el de Casandra– cabrá en él la belleza.
Suceda lo que suceda, nuestra mirada puede abrirse siempre un poco más. Puede llevarnos junto a quienes sufren y –antes o después– revelarnos los espacios limpios que quedan a nuestro alcance: la ventana abierta, el sol o las nubes, las personas que cuentan para nosotros y con nosotros; los árboles que ya van brotando para recordarnos que llega la primavera. Todo se nos revela de una manera natural; todo se expresa antes o más tarde, a pesar del discreto silencio que guarda mientras atravesamos este pasaje que nos pide saltar sin red, para cogernos de las manos y formar el inmenso tejido colectivo que convertirá la caída en un fascinante vuelo, en el fascinante vuelo de nuestro planeta a través del giro de los astros.
Luego, la distancia que nos marca esta prueba quedará cumplida. Y sonreirá Casandra, al vernos junto a ella, después de que nuestra mente se libere de los últimos cascotes de catarsis. A pesar de que hoy nos toque huir de lo inescrutable, y el silencio nos resulte todavía inaccesible.
Santiago de Compostela, 30 de marzo de 2020
Carlos Arias